lunes, 10 de noviembre de 2008

El último día del año

EL ÚLTIMO DÍA DEL AÑO

El último día del año. Como siempre, toda la familia: padres, abuelos y tíos, con la novedad añadida -desde hace tres años- de un par de primitas gemelas, hijas de mi tía Isabel y su marido Juan. Eran las 10 y media. La mesa rebosaba opulencia, como siempre. Desde los mariscos más frescos de la bahía de Massachussets hasta la carne más jugosa de los cerros de Toledo, pasando por todo tipo de delicias de la dieta mediterranea y alguna que otra rareza que mi tio José había traído de China. Regarían tales viandas sendas botellas de Monchandón, sorpresa estrella de la mesa. Se acababa el año, otro más.
El reloj -mentira, el móvil- marcaba las 11 de la noche, y mis dos primitas sonreían ante el bullicio de las mujeres trayendo platos de la cocina al salón y la charla distendida de los hombres de la familia. Una familia judeocristiana, así es. El perrito de mis abuelos, Bandido, jugueteaba entre las guirnaldas y el árbol de Navidad. Navidad, año nuevo, promesas, sonrisas, alegría y buenos deseos. Nunca me han gustado esos momentos en los que se simultanean dos situaciones moralmente contradictorias. Lo digo porque no veía el momento de escaparme al cuarto de baño a meterme las dos rayas de coca que llevaba en el bolsillo.

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